¡Que paren esto, que me bajo!

Teresa Jiménez Becerril

ABC. 8 de agosto de 2008

NO me importa que el tren esté anticuado, que las vías no se adapten; no acepto más excusas. Quiero que paren esta maldita máquina que viaja hacia ninguna parte mientras los pasajeros contemplamos desde nuestros vagones un paisaje cargado de humillaciones, sin tiempo para reaccionar ante la rápida sucesión de injusticias. ¡Que paren este tren, que yo me bajo! No soporto más la cínica sonrisa de De Juana, ni sus vivas a ETA camuflados, ni sus continuos elogios hacia quienes nos martirizan, ni sus insultos golpeando a los más inocentes. En este largo y fatigoso viaje, el escenario nunca cambia: terroristas que esconden su cobardía bajo un gesto desafiante, mezcla de desprecio y sorna, asesinos materiales, intelectuales, etarras, proetarras, abertzales, jóvenes, adultos, hombres, mujeres, fértiles, estériles, enemigos al fin y al cabo que conocen la ley y conocen la trampa, pero sobre todo conocen las debilidades del país al que quieren destruir, España. Las imágenes se repiten: el asesino que se ríe, sus amigos que festejan, la víctima que llora y el pueblo que se indigna sin mojarse.

El tren atraviesa San Sebastián. Vemos a una señora que llora a su hijo, otra a su marido, una chica a su padre; las acompañan unos pocos creyentes que defienden la libertad y la justicia con convicción, pero sin esperanza; al fondo, la gente que se baña. Al asesino esta vez lo han sacado en agosto, para que el pueblo apagase su indignación con un baño de mar. Y así ha sido. En Madrid, las madres de los jóvenes guardias civiles se amparaban entre ellas, mientras los demás, en vez de gritar. ¡De Juana asesino! a su lado, intentábamos, lejos de la capital, que el sol del verano nos hiciera pasar el frío aterrador que nos producía ver a un criminal como De Juana Chaos injustamente libre. El tren avanza y veo a muchas personas que celebran y me recuerdan a los que juzgan entre cristales y se ríen. Quizá no reirían si la condena fuese eterna. La misma estética, el mismo grito: ¡muerte al Estado español!

Cierro los ojos. No puedo contemplar esa libre celebración sin sentir escalofríos. Siguen ahí, leyendo las palabras de De Juana, que reclama lo que lleva años reclamando, la independencia del País Vasco, lo que reclaman los nacionalistas sin tiros, pero con mucho peligro, lo que reclamó Zapatero cuando habló de la voluntad de los vascos y las vascas, cuando la paz le cegó hasta el punto de apreciar al asesino que hoy públicamente desprecia, cuando intentó hacernos creer que teníamos que ser buenos con los malos para que éstos dejaran de matarnos. Y a quienes no creímos en su falso voluntarismo nos tachó de vengativos y belicosos. Esto sigue, y desde la ventana veo a los terroristas y a sus voceadores lanzando sus proclamas, amparados por la desidia, el miedo, la complicidad y la mala voluntad de unos y otros.

¡Basta! ¿Dónde está el maquinista? ¿Quién está a cargo de este tren enloquecido? Yo, pero no puedo hacer nada. ¿Cómo?, ¿que usted no puede parar esto? Si ni siquiera sabe frenar, ¿Por qué aceptó conducirlo? Y no me cuente que los que lo condujeron antes lo hicieron peor que usted, porque no es cierto. Hubo quien tuvo el coraje de mirar al terrorismo al menos con el desprecio y con el odio que merecía, luchando contra quienes como usted siempre fueron partidarios de ser blandos con los duros. La gente tiene derecho a saber quiénes frenaban en el Parlamento las leyes que pedían más dureza con los asesinos etarras. Además, los de antes hoy no están aquí, y yo y usted sí estamos, así que a asumir responsabilidades, a anular todos los privilegios de los que gozan los terroristas: fuera falsos estudios, trabajos inventados y demás tomaduras de pelo. Ni una hora de condena menos a quienes han condenado a tantos a morir sin culpa. Y sin contemplaciones a la hora de juzgar a quienes les han ayudado a cometer sus crímenes. La tolerancia cuando median las pistolas y la apología del terror es una vergüenza. Yo he pagado un billete y tengo derecho a exigirle que no me lleve por los caminos del dolor y la humillación, señor Zapatero. Hable con quien tenga que hablar, que investiguen lo que tengan que investigar, que descubran lo obvio, pero que actúen, poniendo fin a este viaje de impunidad y de injusticia que tanto hace reír a los terroristas y tanto llorar a sus víctimas.

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