Teresa Jiménez-Becerril
ABC. 14 de febrero de 2007
Ha sido un golpe bajo. He sentido ahora el viento del dolor que arreció cuando me dieron la noticia del asesinato de mi hermano y su mujer. Entonces, el huracán arrastró nuestra razón y nuestra voluntad, y si no se llevó más fue porque no pudimos permitirnos el lujo de abandonarnos, como habríamos deseado más de uno de los que llevamos su misma sangre. Tres chiquillos que nos miraban con ojos de asombro y súplica fueron razones más que poderosas para seguir viviendo y hacerlo sin poder derramar las lágrimas que ayudan a descargar el sufrimiento. ¡Cuántos dibujos animados, cuánta risa forzada, cuánta alegría inexistente para paliar el ansia de unos niños que se habían quedado sin madre ni padre de la noche a la mañana! No existían asociaciones de víctimas, ni foros de libertad, ni ideologías, ni medios de comunicación. Por no existir, no existían ni los terroristas que habían matado a los nuestros. Nada se anteponía a lo que sería por mucho tiempo nuestro único objetivo; aliviar la angustia de quienes a tan corta edad habían pasado de tenerlo todo a no tener nada. Y eso hicimos y hacemos desde entonces. Pero llegó un momento en el que en sus miradas empecé a ver algo más.
Quizás esos niños, a los que ETA había dejado huérfanos, necesitaban algo más que el cariño y la tranquilidad que siempre les habíamos dado. A lo mejor había llegado la hora de devolverles el honor, de reconocer el sacrificio de sus padres. Desde entonces, luché como pude para que la memoria de mi hermano y de su mujer siguiera viva y para que sus hijos pudieran, si no disfrutar como debieran de sus padres, sí tener el consuelo de sentirse orgullosos de ellos. Y eso hice: recordarlos en público en su aniversario cuantas veces pude para que no cayeran en el olvido. Hasta que empezó el martirio al que las víctimas de ETA nos hemos visto sometidas durante estos últimos dos años. Negociaciones, siempre desmentidas. Continuos acercamientos a la banda terrorista. Declaraciones y más declaraciones que contentaban al entorno de ETA. Se cambiaba a los asesinos por hombres de paz y a las víctimas del terrorismo, por gentes de mala fe. Hemos visto mucho más de lo que podíamos soportar, se nos ha humillado como nunca pensamos que se pudiera hacer. Y cuando aún suspirábamos aliviados por el triunfo de la justicia sobre la conveniencia, cuando dormíamos tranquilos pensando que el asesino Ignacio De Juana Chaos esperaría unos años antes de asustarnos de nuevo con sus pistolas o con sus carcajadas, cuando aún no nos habíamos recuperado de esa mirada de odio que el etarra nos lanzaba desde su cama, mientras vendía su cuerpo y su alma a un diario inglés, nos vuelven a poner a prueba.
¡Qué más da, son sólo víctimas! Están acostumbradas a sufrir, otro empujoncito más y otra que cae. Si este Gobierno hubiera puesto el mismo empeño en derrotar a ETA que en acabar con nosotros, yo creo que la banda terrorista estaría contra las tablas.
En cambio, somos nosotros los que pedimos tiempo, los que nunca hemos matado a nadie, los que ni siquiera nos hemos defendido... Tiempo para respirar, para curar nuestras heridas, fruto de los continuos golpes recibidos. Tiempo para poder tomar aliento con el que decirle a los españoles que nos ayuden, que no permitan que un grupo de asesinos, animados por una chusma nacionalista, golpee hasta la muerte a quienes nunca pudieron defenderse. Que no se conviertan en cómplices de este circo romano, donde parece que todos han perdido la razón y disfrutan de un innoble espectáculo.
No logro escribir más. Sólo sé que esta noche yo dormiré triste, pero tranquila, y que las risas de mis sobrinos Ascen, Alberto y Clara aliviarán mi pesar, aunque no logren saciar mi sed de justicia. El terrorista que escribió cuando asesinaron a los padres de esos niños que con el dolor de estos había comido para un mes, seguirá hambriento durante un tiempo, quizás hasta que sean mayores y logren comprender que han sido abandonados por quienes tenían el deber moral de protegerlos. Entonces llorarán de nuevo, como lloro yo hoy, viendo cómo Ignacio De Juana Chaos se prepara para darse de nuevo un festín, animado por nuestro dolor.
Pero no te confíes, héroe y mártir de pacotilla, porque nosotros, con lágrimas o sin ellas, somos más y somos mejores. Y al final lo conseguiremos. No creáis tú , tus amigos y tus falsos enemigos que estos vientos que ahora os son favorables y que intentan plegar a las víctimas son eternos. Todos sabemos lo rápido que cambia la corriente y aunque tú, De Juana, te hayas librado gracias a la ambición de algunos y a la indiferencia de muchos, nosotros volveremos a recuperar el sitio que merecemos y que nunca debimos perder. Y con nosotros lo recuperarán todos los españoles que hoy se encuentran perdidos.
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