Maite Pagazaurtundua
El Correo. 8 de junio de 2007
Es más probable que quienes han perdido a un ser querido, asesinado por los terroristas, encaren su condición humana despojándose de las circunstancias -políticas tácticas hay que entender- y de la propaganda ambiental. Es más probable que sientan y se comporten como seres humanos, según la máxima de Albert Camus demandando justicia. Es probable que se resistan a componendas chapuceras que aspiren a disfrazar algún tipo de impunidad judicial o social. Ahora bien, un medio ambiente cegado para la verdad, bajo toneladas de propaganda partidista, puede provocarles un dolor moral inmenso que convierta su duelo cotidiano en una tortura.
La tragedia humana del 11-M no derivó en grandeza moral por parte de las fuerzas políticas en aquella comisión parlamentaria en la que sus señorías -con algunas honrosas excepciones- se tiraban los trastos a la cabeza, concernidos en sus cosas, y olvidando el terrible duelo que habían iniciado pocas semanas antes tantos familiares de asesinados, tantos heridos con secuelas gravísimas, con mutilaciones
Los nacionalistas vascos que durante muchos años confiaron en el diálogo -con los terroristas y sus representantes políticos- como la fórmula mágica para el fin del terrorismo consideraban con paternalismo a las víctimas. Ante su palabra pública, estimaban que no era necesario contestarles porque eran víctimas y el dolor les habría cegado el entendimiento, como si la condición de víctima anulase la posibilidad de tener atisbos siquiera de lucidez intelectual. Paradójicamente, ese falso argumento escondía la imposibilidad de los nacionalistas -y después de algunos dirigentes socialistas vascos- de despojarse de las circunstancias políticas tácticas, del pragmatismo ramplón más primario, y de encarar la necesidad de justicia que se alberga en el fondo de la condición humana. La necesidad de justicia que nos aleja de la venganza y de la respuesta violenta ante el poder de los terroristas. La necesidad de justicia que da orden y principios a una sociedad, incluyendo la reinserción y la generosidad hacia los penados bajo la condición del arrepentimiento, en primerísimo lugar.
Lo cierto es que hace menos de una semana muchas personas se comportaban de forma insensible ante quienes sentíamos horror por el previsible envío a su domicilio de un asesino múltiple con una nueva condena por amenazas que se negaba a cumplir. Incluso ahora que ETA ha comunicado lo que todos sabíamos, muchas personas pueden seguir contemplando a las víctimas como gentes llenas de odio, cuando dos generaciones de huérfanos no han sido educadas en la venganza, sino en el deseo de justicia, paz y libertad. Durante los últimos tiempos, las víctimas del terrorismo etarra han querido ser vistas por una parte de la opinión pública como un pequeño colectivo cuyas reivindicaciones serían privativas, en lugar de verlas como la realidad de una sociedad amenazada en su libertad política, en sus reglas de juego y en la dignidad y derechos más básicos, los de la vida y la libertad.
Me puedo equivocar y mucho, pero la sociedad vasca puede hacer las cosas más importantes para frenar la impunidad ambiental que existe en el País Vasco. La gente normal, la que nunca se mete en nada, es la única que tiene el poder de hacer ver a los miembros de Batasuna que viven en una burbuja conceptual, que su Euskal Herria no es la sociedad en la que quieren vivir los vascos y navarros. Y esa gente que no se mete en política, que intenta sacar a su familia adelante, es más poderosa que los gobiernos y los políticos porque, ante la multitud, como hace diez años cuando asesinaron a Miguel Ángel Blanco, los de ETA no podrán evitar sentir la realidad que se ocultan a sí mismos con una férrea disciplina mental y organizativa.
La gente puede hacer mucho negándose a dar como normal la amenaza de muerte expresa de algunos de sus vecinos y la amenaza aleatoria -aunque no lo piensen, es así- de sus seres más queridos, por el azar de un atentado cualquiera. El compromiso social pacífico y democrático, especialmente en los jóvenes, y la demanda neta y humana de justicia en el sentido que expresaba Camus podrían frenar el poder de los iluminados que confunden su noción de Euskal Herria con la realidad social, plural y moderna del País Vasco y Navarra. La petición de justicia, lo humano con mayúsculas, es nuestra gran fuerza a medio plazo, si la mayoría social, y sobre todo la juventud, se atreve a dar la cara. Algunos estamos muy heridos y no podemos hacerlo solos.
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