Mikel Azurmendi
ABC. 19 de junio de 2007
¿Quién va en viernes a llenar el carro de la compra en el supermercado de la gran ciudad? Van familias de trabajadores, mujeres sobre todo, madres con su hija, también van hermana y hermano. ¿En qué piensa un terrorista vasco cuando coloca una bomba en viernes para que estalle el supermercado? Ese terrorista patea la zona, fuma cigarrillos distendido para estudiar a la gente y la escucha hablar y, si la maldice, porque todos hablan español, entonces piensa que son unos putos españoles y que se merecen una bomba. Y la prepara y la coloca. ¿Qué siente un terrorista vasco cuando su bomba asesina a 21 personas y deja a otras 45 gravemente heridas en un supermercado en viernes? Siente una gran alegría, como nos han informado expertos asesinos, como De Juana.
Los asesinados de ese día en un supermercado de Barcelona se llamaban Carmen, Rafael, Teresa, Jorge, Silvia, María Carmen, Susana, Sonia, Luis Enrique, Maria Emilia, Milagros, Matilde, Mercedes, José, Luisa, Felipe, Consuelo, Mercedes, María Rosa, Bárbara, Maria Paz y Javier. Apenas un solo nombre catalán. Estas personas tampoco llevaron apellidos catalanes mientras vivieron. Eran de Murcia y de Andalucía, apellidados Pascual, Carrillo, Morales, Ocaña, Daza, Vicente, Manzanares, Cabrerizo, Mármol, Salto, Viñuelas, Diéguez, Amez, Franco, Martínez, Domínguez, Valero, Caparrós, o Moreno. Pero ahora son cadáveres y ya no necesitan ser llamados. ETA lo determinó así para que a los vascos nacionalistas les dejaran autodeterminarse.
Lo dejó claro un terrorista que mataba en esa época de Hipercor pero que en 1996 vivía tranquilo en su casa, cuando le aseguraba a una antropóloga vasca que hacía la tesis doctoral en mi universidad: «Sí, lo triste de este mundo es que haya que matar, eso es lo triste, que haya que matar para que la gente se dé cuenta de que hay que resolver un problema. Joder, mañana me apunto yo a una autodeterminación de forma pacífica; tú me vas a respetar... maravilloso, todos contentos. Pero si tú no me garantizas eso ¿qué voy a hacer yo? Es una guerra. Al fin y al cabo el estado de vivir en guerra es un estado que se te impone, tú no lo eliges, a ti se te impone una situación...».
Ocho años antes de esa bomba en Hipercor, ETA voló el hotel Corona de Aragón, en Zaragoza: 78 asesinados. Y cinco años antes ETA había volado una cafetería madrileña asesinando a 12 personas. Durante estas últimas fiestas de Navidad, ETA voló la T-4 de Barajas, asesinando a dos inmigrantes que esperaban en sus coches. Pese a estos crueles atentados, la seña de identidad del terrorismo vasco es que apenas ha asesinado como el resto de los terrorismos. Su estilo ha sido más bien el tiro en la nuca, a ser posible con la víctima de espaldas o de rodillas. Y la víctima ha sido minuciosamente seleccionada Primero entre los defensores del orden público y la legalidad, y luego entre los que más combatían a ETA: dirigentes políticos, magistrados, periodistas, profesores, empleados de prisiones, de teléfonos o de cualquier ámbito que entorpeciera la actividad terrorista. El objetivo fijado por el terrorismo vasco ha sido siempre intimidar y aterrorizar a la ciudadanía descabezándole sus líderes, sus defensores y sus pensadores hasta que España se canse y le haga las concesiones políticas que demanda.
El único terrorismo europeo sobrevive en nuestro país, pertenece a los nacionalistas vascos y todavía ningún partido nacionalista vasco ha desvinculado sus propios objetivos de los fundamentos de ETA. Hasta el PNV comparte sus fines con ETA y asegura que los crímenes del terrorismo reflejan el contencioso entre los vascos y España. Ese nacionalismo vasco jamás ha condenado el nexo entre asesinato y objetivo político, jamás ha llamado verdugo a ETA y siempre ha llamado víctimas a los terroristas muertos a causa de su propia bomba o al atacar a las fuerzas del orden. Los socialistas han terminado amando más a los nacionalistas de cualquier pelaje que a los que no lo somos y han suscrito que a los terroristas les asisten razones políticas. Nosotros seguiremos sosteniendo que las víctimas fueron inocentes y que exigen una justicia política: la persecución política de los objetivos por los que se asesinó.
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